
O el fantasma de una vieja con bata blanca y larga hasta los tobillos con su escalofriante sonrisa. Mi respiración se acelera y el oxígeno que hay aquí debajo es bastante escaso. Empiezo a tener calor, me falta el aire y el miedo aumenta porque sé que tengo que sacar la cabeza para respirar. Me armo de valor y sin pensarlo dos veces, retiro la manta. Nada más hacerlo, mis pulsaciones descienden y lleno mis pulmones de aire fresco.
Sigo sin abrir los ojos, tengo miedo de que al hacerlo haya frente a mi el monstruo más escalofriante en la faz de la tierra. Intento ser valiente, pero los fuertes soplidos del viento ahí fuera no ayudan lo más mínimo. Cuento hasta tres. Nada, no soy capaz. Diez. Veinte. Treinta. ¡ZAS! Mis ojos se abren y ni siquiera me he dado cuenta. Como si alguien me hubiera obligado a hacerlo. Y nada. No hay nada. Mi habitación está completamente vacía. Con la mirada, recorro cada rincón de la pequeña estancia, y nada, lo único que consigo es toparme de lleno con la oscuridad.
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